Entre los años 2004 y 2006 fue implementado el Harvard Summer Program in Tiwanaku, Bolivia, como uno de los muchos programas organizados por la Harvard Summer School, el proyecto fue diseñado como parte complementaria al curso ANTH S-170 Field Methods in Andean Archaeology: the Harvard Field School at Tiwanaku, Bolivia; en el cual participaron estudiantes de pregrado incluso de 18 años. Cada estudiante pago $us 6.550 por gastos de tutoría, alojamiento, alimentación y gastos de campo, además de $us 50 por la aplicación y $us 110 para el de seguro de salud. En total cada estudiante depositó $us 6.710, sumando un total de cien mil dólares estadounidenses para costear 6 semanas del programa de una escuela de campo estimada para 15 principiantes. El proceso de enseñanza contempló excavaciones dentro del centro arqueológico de Tiwanaku, a escasos 200 metros del templete semisubterráneo, sobre uno de los emplazamientos más importantes, mejor conservados y de mayor antigüedad de Tiwanaku (100 a.C – 500 d.C), ubicado cultural y cronológicamente como perteneciente al Formativo Tardío.
La experiencia de Harvard fue una flagrante violación del Reglamento de Excavaciones en sus Artículos 9, 10, 12, 14 y 27, pues ninguno de estos estudiantes contaban con la licencia ni la calificación mínima para intervenir un sitio de primer orden como Tiwanaku, ni áreas tan preciosas para la investigación arqueológica del Formativo Tardío como Lakkaraña.
Muchos de nosotros recibimos la noticia de la implementación de esta escuela de campo con extrema sorpresa, pues el tamaño de la irresponsabilidad de quienes aprobaron este proyecto fue solamente equiparable al monto de dinero que recaudó. Hasta la fecha no se conocen los resultados, pues no han surgido publicaciones de tal empresa, y queda al tiempo la duda de sí, un grupo de jóvenes adolescentes, sin ninguna experiencia de campo, a cargo de otros estudiantes de doctorado (también sin experiencia) pudieron hacer un buen trabajo en un área tan importante de Tiwanaku como Lakkaraña. Lo que si sabemos, sin lugar a ninguna duda, es que fue un excelente negocio.
En una conversación sostenida recientemente (en predios del Viceministerio de Desarrollo de las Culturas) con altos responsables de la Unidad Nacional de Arqueología, se nos dijo: que en el mundo real, quienes tienen la plata definen que tipo de arqueología se hace en Tiwanaku, que a entidades como Wiñaymarka, la CBN o SOBOCE, poco les interesa el rigor metodológico con que se excave, que sólo les interesan los resultados que se pueden ver y vender, que con ellos es muy difícil “negociar”. Que esta difícil relación con las poderosas y caritativas empresas privadas se debe a que el sector cultural del estado es extremadamente pobre (porque así lo determinan los sucesivos gobiernos de turno, ¡sin excepción!), donde “sus arqueólogos” ganan poco menos de mil bolivianos por mes y deben sobrevivir con los excedentes que les reporta los viáticos que obtienen de estos proyectos.
¿Será ésta la política de dignidad que el Gobierno actual esta tratando de impulsar? ¿Será que con un apropiado fajo de billetes o algo de influencia política, es posible negociar, no sólo la posibilidad de destruir un determinado patrimonio arqueológico, sino también la vigencia y aplicación de la Leyes?. Probablemente la Cervecería Nacional, SOBOCE, el proyecto de escuela de Campo de Harvard, algún diputado oficialista cocalero o el propio Prefecto de La Paz nos den muy buenas luces sobre estos aspectos.
La experiencia de Harvard fue una flagrante violación del Reglamento de Excavaciones en sus Artículos 9, 10, 12, 14 y 27, pues ninguno de estos estudiantes contaban con la licencia ni la calificación mínima para intervenir un sitio de primer orden como Tiwanaku, ni áreas tan preciosas para la investigación arqueológica del Formativo Tardío como Lakkaraña.
Muchos de nosotros recibimos la noticia de la implementación de esta escuela de campo con extrema sorpresa, pues el tamaño de la irresponsabilidad de quienes aprobaron este proyecto fue solamente equiparable al monto de dinero que recaudó. Hasta la fecha no se conocen los resultados, pues no han surgido publicaciones de tal empresa, y queda al tiempo la duda de sí, un grupo de jóvenes adolescentes, sin ninguna experiencia de campo, a cargo de otros estudiantes de doctorado (también sin experiencia) pudieron hacer un buen trabajo en un área tan importante de Tiwanaku como Lakkaraña. Lo que si sabemos, sin lugar a ninguna duda, es que fue un excelente negocio.
En una conversación sostenida recientemente (en predios del Viceministerio de Desarrollo de las Culturas) con altos responsables de la Unidad Nacional de Arqueología, se nos dijo: que en el mundo real, quienes tienen la plata definen que tipo de arqueología se hace en Tiwanaku, que a entidades como Wiñaymarka, la CBN o SOBOCE, poco les interesa el rigor metodológico con que se excave, que sólo les interesan los resultados que se pueden ver y vender, que con ellos es muy difícil “negociar”. Que esta difícil relación con las poderosas y caritativas empresas privadas se debe a que el sector cultural del estado es extremadamente pobre (porque así lo determinan los sucesivos gobiernos de turno, ¡sin excepción!), donde “sus arqueólogos” ganan poco menos de mil bolivianos por mes y deben sobrevivir con los excedentes que les reporta los viáticos que obtienen de estos proyectos.
¿Será ésta la política de dignidad que el Gobierno actual esta tratando de impulsar? ¿Será que con un apropiado fajo de billetes o algo de influencia política, es posible negociar, no sólo la posibilidad de destruir un determinado patrimonio arqueológico, sino también la vigencia y aplicación de la Leyes?. Probablemente la Cervecería Nacional, SOBOCE, el proyecto de escuela de Campo de Harvard, algún diputado oficialista cocalero o el propio Prefecto de La Paz nos den muy buenas luces sobre estos aspectos.