Con la desaparación de la UNAR y la MUNARQ se deja atras un periodo lamentable y nefasto en el manejo estatal de la arqueología boliviana. Sin olvidar que los años de Ponce fueron de extrema rigidez y autoritarismo, no se puede dejar de reconocer que con todas las limitaciones que tuvo, tanto de personal como de recursos, su gestión estuvo marcada por un profundo amor y entrega al patrimonio arqueológico boliviano, no sólo del propio Ponce sino de quienes lo acompañaron. Con su salida, la desestructuración y la descomposición institucional hicieron presa de esta importante institución, que tras cambiar de sigla y estatus a mediados de la década del 90, ninguna de las autoridades que estuvieron a cargo estuvo a la altura de los retos y las responsabilidades que implicaba. Mucho menos las autoridades ministeriales de las cuales dependió.
La MUNARQ es otro lamentable caso, cuya administración fue negligentemente manejada tras la salida de Cesar Velasquez, quien sin estar exento de vicios y sombras, mantuvo cierta estabilidad e institucionalidad en esta repartición. No obstante, es necesario que las investigaciones que se inician tras la intervención alcancen tambien a estos antiguos funcionarios y a las autoridades de las cuales dependian, pues éstas tambien comparten la responsabilidad de haber iniciado o continuado prácticas lesivas al patrimonio arqueológico del país.
Debemos esperar que los registros y patrimonio documental que formaban parte de esta institución no se pierdan con la creación de ésta nueva dependencia y que a su cabeza se contrate a gente técnica con el perfil profesional necesario y las cualidades básicas que debe tener un funcionario con responsabilidad sobre tan importante temática para nuestro país, y en general, para la arqueología de la región andina.
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